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Sobre la dificultad de contar

Si uno, además, conoce otras lenguas aparte de la que heredó en la cuna, la condición imprecisa, tentativa y volátil de los idiomas se le hace más manifiesta, y en seguida se encuentra con una brutal contradicción: por una parte, tenemos la tendencia a creer, y aun a dar por sentado, que todo puede...

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Published in:Foro hispánico 2009-01 (35), p.15
Main Author: Marías, Javier
Format: Article
Language:Spanish
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creator Marías, Javier
description Si uno, además, conoce otras lenguas aparte de la que heredó en la cuna, la condición imprecisa, tentativa y volátil de los idiomas se le hace más manifiesta, y en seguida se encuentra con una brutal contradicción: por una parte, tenemos la tendencia a creer, y aun a dar por sentado, que todo puede decirse en todas las lenguas o por lo menos en las más próximas, y de ahí que nos sea natural preguntar, sin el menor reparo, "¿Cómo se dice esto en inglés?", o "Esa expresión francesa, ¿qué significa en español?", convencidos de que 'esto' se ha de poder decir y efectivamente se dice en inglés, sólo que de otra manera, o de que 'esa expresión francesa' ha de tener por fuerza un equivalente en español y de que por tanto 'algo' debe de significar en nuestra lengua, también en ella. A diferencia de otros personajes literarios que han iniciado el relato de sus vidas desde su nacimiento (es famoso el segundo párrafo del David Copperfield de Dickens: "Para empezar mi vida por el principio de mi vida, hago constar que nací (según se me ha informado y yo creo) un viernes, a las doce en punto de la noche"), Tristram Shandy lo inicia desde su engendramiento (también, obligadamente, según se le ha informado y él cree), y cuando lleva ya escritas unas doscientas cincuenta páginas, o tres volúmenes y medio (la novela se fue publicando por entregas en diferentes años), y se da cuenta de que todavía no ha pasado de su primer día de verdadera vida, es decir, del día en que fue dado a luz o arrojado al mundo, se interrumpe para hacer la siguiente reflexión (y vale la pena citar por extenso): Este mes tengo un año más de los que tenía hace exactamente doce meses; y yendo ya, como ven ustedes, casi por la mitad del cuarto volumen, y no habiendo pasado, sin embargo, del primer día de mi vida, resulta bien patente que ahora tengo trescientos sesenta y cuatro días más de vida que contar que cuando empecé a escribir mi obra; de tal modo que, en lugar de haber ido avanzando en mi tarea a medida que la iba haciendo, como un escritor normal y corriente, lo que he hecho, por el contrario, ha sido retroceder: exactamente (suponiendo que todos los días de mi vida hayan sido tan ajetreados como este -¿y por qué no suponerlo?-, y que los sucesos y opiniones de cada uno de ellos hubieren de ocupar tanto espacio como los de este -¿y por qué razón habría de abreviarlos?-) el equivalente a trescientas sesenta y cuatro veces tres volúmenes y medio. O, lo que es lo mismo, son tantas y tantas las p
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A diferencia de otros personajes literarios que han iniciado el relato de sus vidas desde su nacimiento (es famoso el segundo párrafo del David Copperfield de Dickens: "Para empezar mi vida por el principio de mi vida, hago constar que nací (según se me ha informado y yo creo) un viernes, a las doce en punto de la noche"), Tristram Shandy lo inicia desde su engendramiento (también, obligadamente, según se le ha informado y él cree), y cuando lleva ya escritas unas doscientas cincuenta páginas, o tres volúmenes y medio (la novela se fue publicando por entregas en diferentes años), y se da cuenta de que todavía no ha pasado de su primer día de verdadera vida, es decir, del día en que fue dado a luz o arrojado al mundo, se interrumpe para hacer la siguiente reflexión (y vale la pena citar por extenso): Este mes tengo un año más de los que tenía hace exactamente doce meses; y yendo ya, como ven ustedes, casi por la mitad del cuarto volumen, y no habiendo pasado, sin embargo, del primer día de mi vida, resulta bien patente que ahora tengo trescientos sesenta y cuatro días más de vida que contar que cuando empecé a escribir mi obra; de tal modo que, en lugar de haber ido avanzando en mi tarea a medida que la iba haciendo, como un escritor normal y corriente, lo que he hecho, por el contrario, ha sido retroceder: exactamente (suponiendo que todos los días de mi vida hayan sido tan ajetreados como este -¿y por qué no suponerlo?-, y que los sucesos y opiniones de cada uno de ellos hubieren de ocupar tanto espacio como los de este -¿y por qué razón habría de abreviarlos?-) el equivalente a trescientas sesenta y cuatro veces tres volúmenes y medio. O, lo que es lo mismo, son tantas y tantas las personas de cuyo paso por el mundo no queda rastro ni la menor noticia que ¿qué sentido tiene conocer, recordar y conservar, en cambio, historias no acontecidas y personajes que jamás han pisado la tierra? ¿Qué sentido tiene que hasta quienes jamás se han molestado en leer a Cervantes ni a Conan Doyle sepan sin embargo de sus criaturas, Don Quijote y Sherlock Holmes, y hasta sean capaces de reconocerlas inmediatamente si ven una estatua o una ilustración de ellas, a la vez que desconocen no ya lo que le sucede a un vecino o a un hermano, sino lo que ocurrió en su propio país antes de su nacimiento, como suele ser la costumbre hoy en día, cuando la Historia no parece importarle a casi nadie, empezando por las desastrosas autoridades educativas de nuestros países occidentales? ¿Por qué estamos familiarizados con seres que no han existido, en mucha mayor medida que con los que sí cruzaron el mundo y pudieron dejar su huella? O, mejor dicho, ¿cómo es que, entre estos últimos, casi sólo lo estamos con aquellos que, además de su existencia real y documentada, han gozado de otra, literaria e imaginativa? Bien, es seguro que nada de esto sucederá por culpa de esa novela mía que no perdurará, pero en cambio sí lo es, pues ya han transcurrido ochocientos años, que Asur Goncález, figura secundaria del Cantar de Mio Cid que existió en la realidad, hermano de los Infantes de Carrion y que en el poema entra en combate con uno de los leales caballeros del Cid, Muño Gustioz, quedará para siempre fijado en un detalle menor que sin embargo -por literario y por realista, en todo caso por memorable- será el que lo caracterizará hasta el fin de los tiempos: "Asur Goncález entrava por el palacio, / manto armiño e un brial rastrando, / vermejo viene, ca era almorzado...", dicen esos versos del Cantar.</description><identifier>ISSN: 0925-8620</identifier><language>spa</language><publisher>Leiden: Brill Academic Publishers, Inc</publisher><subject>Spanish language</subject><ispartof>Foro hispánico, 2009-01 (35), p.15</ispartof><rights>Copyright Editions Rodopi B. 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A diferencia de otros personajes literarios que han iniciado el relato de sus vidas desde su nacimiento (es famoso el segundo párrafo del David Copperfield de Dickens: "Para empezar mi vida por el principio de mi vida, hago constar que nací (según se me ha informado y yo creo) un viernes, a las doce en punto de la noche"), Tristram Shandy lo inicia desde su engendramiento (también, obligadamente, según se le ha informado y él cree), y cuando lleva ya escritas unas doscientas cincuenta páginas, o tres volúmenes y medio (la novela se fue publicando por entregas en diferentes años), y se da cuenta de que todavía no ha pasado de su primer día de verdadera vida, es decir, del día en que fue dado a luz o arrojado al mundo, se interrumpe para hacer la siguiente reflexión (y vale la pena citar por extenso): Este mes tengo un año más de los que tenía hace exactamente doce meses; y yendo ya, como ven ustedes, casi por la mitad del cuarto volumen, y no habiendo pasado, sin embargo, del primer día de mi vida, resulta bien patente que ahora tengo trescientos sesenta y cuatro días más de vida que contar que cuando empecé a escribir mi obra; de tal modo que, en lugar de haber ido avanzando en mi tarea a medida que la iba haciendo, como un escritor normal y corriente, lo que he hecho, por el contrario, ha sido retroceder: exactamente (suponiendo que todos los días de mi vida hayan sido tan ajetreados como este -¿y por qué no suponerlo?-, y que los sucesos y opiniones de cada uno de ellos hubieren de ocupar tanto espacio como los de este -¿y por qué razón habría de abreviarlos?-) el equivalente a trescientas sesenta y cuatro veces tres volúmenes y medio. O, lo que es lo mismo, son tantas y tantas las personas de cuyo paso por el mundo no queda rastro ni la menor noticia que ¿qué sentido tiene conocer, recordar y conservar, en cambio, historias no acontecidas y personajes que jamás han pisado la tierra? ¿Qué sentido tiene que hasta quienes jamás se han molestado en leer a Cervantes ni a Conan Doyle sepan sin embargo de sus criaturas, Don Quijote y Sherlock Holmes, y hasta sean capaces de reconocerlas inmediatamente si ven una estatua o una ilustración de ellas, a la vez que desconocen no ya lo que le sucede a un vecino o a un hermano, sino lo que ocurrió en su propio país antes de su nacimiento, como suele ser la costumbre hoy en día, cuando la Historia no parece importarle a casi nadie, empezando por las desastrosas autoridades educativas de nuestros países occidentales? ¿Por qué estamos familiarizados con seres que no han existido, en mucha mayor medida que con los que sí cruzaron el mundo y pudieron dejar su huella? O, mejor dicho, ¿cómo es que, entre estos últimos, casi sólo lo estamos con aquellos que, además de su existencia real y documentada, han gozado de otra, literaria e imaginativa? Bien, es seguro que nada de esto sucederá por culpa de esa novela mía que no perdurará, pero en cambio sí lo es, pues ya han transcurrido ochocientos años, que Asur Goncález, figura secundaria del Cantar de Mio Cid que existió en la realidad, hermano de los Infantes de Carrion y que en el poema entra en combate con uno de los leales caballeros del Cid, Muño Gustioz, quedará para siempre fijado en un detalle menor que sin embargo -por literario y por realista, en todo caso por memorable- será el que lo caracterizará hasta el fin de los tiempos: "Asur Goncález entrava por el palacio, / manto armiño e un brial rastrando, / vermejo viene, ca era almorzado...", dicen esos versos del Cantar.</description><subject>Spanish language</subject><issn>0925-8620</issn><fulltext>true</fulltext><rsrctype>article</rsrctype><creationdate>2009</creationdate><recordtype>article</recordtype><sourceid>AIMQZ</sourceid><recordid>eNpjYeA0sDQy1bUwMzLgYOAqLs4yMDAysDQ34mSQDc5PKkpVyElUSMlMy0wuzSlJTFFISVVIzs8rSSziYWBNS8wpTuWF0twMSm6uIc4eugVF-YWlqcUl8Vn5pUV5QKl4I0NTExNTS0NDY6IUAQCOnSqd</recordid><startdate>20090101</startdate><enddate>20090101</enddate><creator>Marías, Javier</creator><general>Brill Academic Publishers, Inc</general><scope>4T-</scope><scope>89V</scope><scope>8BY</scope><scope>AIMQZ</scope><scope>BCQ</scope><scope>LIQON</scope></search><sort><creationdate>20090101</creationdate><title>Sobre la dificultad de contar</title><author>Marías, Javier</author></sort><facets><frbrtype>5</frbrtype><frbrgroupid>cdi_FETCH-proquest_journals_2154459113</frbrgroupid><rsrctype>articles</rsrctype><prefilter>articles</prefilter><language>spa</language><creationdate>2009</creationdate><topic>Spanish language</topic><toplevel>peer_reviewed</toplevel><toplevel>online_resources</toplevel><creatorcontrib>Marías, Javier</creatorcontrib><collection>Docstoc</collection><collection>PRISMA Database</collection><collection>PRISMA Database with HAPI Index</collection><collection>ProQuest One Literature</collection><collection>Bibliografía de la Literatura Española</collection><collection>One Literature (ProQuest)</collection><jtitle>Foro hispánico</jtitle></facets><delivery><delcategory>Remote Search Resource</delcategory><fulltext>fulltext</fulltext></delivery><addata><au>Marías, Javier</au><format>journal</format><genre>article</genre><ristype>JOUR</ristype><atitle>Sobre la dificultad de contar</atitle><jtitle>Foro hispánico</jtitle><date>2009-01-01</date><risdate>2009</risdate><issue>35</issue><spage>15</spage><pages>15-</pages><issn>0925-8620</issn><abstract>Si uno, además, conoce otras lenguas aparte de la que heredó en la cuna, la condición imprecisa, tentativa y volátil de los idiomas se le hace más manifiesta, y en seguida se encuentra con una brutal contradicción: por una parte, tenemos la tendencia a creer, y aun a dar por sentado, que todo puede decirse en todas las lenguas o por lo menos en las más próximas, y de ahí que nos sea natural preguntar, sin el menor reparo, "¿Cómo se dice esto en inglés?", o "Esa expresión francesa, ¿qué significa en español?", convencidos de que 'esto' se ha de poder decir y efectivamente se dice en inglés, sólo que de otra manera, o de que 'esa expresión francesa' ha de tener por fuerza un equivalente en español y de que por tanto 'algo' debe de significar en nuestra lengua, también en ella. A diferencia de otros personajes literarios que han iniciado el relato de sus vidas desde su nacimiento (es famoso el segundo párrafo del David Copperfield de Dickens: "Para empezar mi vida por el principio de mi vida, hago constar que nací (según se me ha informado y yo creo) un viernes, a las doce en punto de la noche"), Tristram Shandy lo inicia desde su engendramiento (también, obligadamente, según se le ha informado y él cree), y cuando lleva ya escritas unas doscientas cincuenta páginas, o tres volúmenes y medio (la novela se fue publicando por entregas en diferentes años), y se da cuenta de que todavía no ha pasado de su primer día de verdadera vida, es decir, del día en que fue dado a luz o arrojado al mundo, se interrumpe para hacer la siguiente reflexión (y vale la pena citar por extenso): Este mes tengo un año más de los que tenía hace exactamente doce meses; y yendo ya, como ven ustedes, casi por la mitad del cuarto volumen, y no habiendo pasado, sin embargo, del primer día de mi vida, resulta bien patente que ahora tengo trescientos sesenta y cuatro días más de vida que contar que cuando empecé a escribir mi obra; de tal modo que, en lugar de haber ido avanzando en mi tarea a medida que la iba haciendo, como un escritor normal y corriente, lo que he hecho, por el contrario, ha sido retroceder: exactamente (suponiendo que todos los días de mi vida hayan sido tan ajetreados como este -¿y por qué no suponerlo?-, y que los sucesos y opiniones de cada uno de ellos hubieren de ocupar tanto espacio como los de este -¿y por qué razón habría de abreviarlos?-) el equivalente a trescientas sesenta y cuatro veces tres volúmenes y medio. O, lo que es lo mismo, son tantas y tantas las personas de cuyo paso por el mundo no queda rastro ni la menor noticia que ¿qué sentido tiene conocer, recordar y conservar, en cambio, historias no acontecidas y personajes que jamás han pisado la tierra? ¿Qué sentido tiene que hasta quienes jamás se han molestado en leer a Cervantes ni a Conan Doyle sepan sin embargo de sus criaturas, Don Quijote y Sherlock Holmes, y hasta sean capaces de reconocerlas inmediatamente si ven una estatua o una ilustración de ellas, a la vez que desconocen no ya lo que le sucede a un vecino o a un hermano, sino lo que ocurrió en su propio país antes de su nacimiento, como suele ser la costumbre hoy en día, cuando la Historia no parece importarle a casi nadie, empezando por las desastrosas autoridades educativas de nuestros países occidentales? ¿Por qué estamos familiarizados con seres que no han existido, en mucha mayor medida que con los que sí cruzaron el mundo y pudieron dejar su huella? O, mejor dicho, ¿cómo es que, entre estos últimos, casi sólo lo estamos con aquellos que, además de su existencia real y documentada, han gozado de otra, literaria e imaginativa? Bien, es seguro que nada de esto sucederá por culpa de esa novela mía que no perdurará, pero en cambio sí lo es, pues ya han transcurrido ochocientos años, que Asur Goncález, figura secundaria del Cantar de Mio Cid que existió en la realidad, hermano de los Infantes de Carrion y que en el poema entra en combate con uno de los leales caballeros del Cid, Muño Gustioz, quedará para siempre fijado en un detalle menor que sin embargo -por literario y por realista, en todo caso por memorable- será el que lo caracterizará hasta el fin de los tiempos: "Asur Goncález entrava por el palacio, / manto armiño e un brial rastrando, / vermejo viene, ca era almorzado...", dicen esos versos del Cantar.</abstract><cop>Leiden</cop><pub>Brill Academic Publishers, Inc</pub></addata></record>
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